Cuando evitamos sentir lo que realmente sentimos, tienden a amortiguarse todas las emociones.
La ira es una emoción ardiente. Es intensa y nos da ganas de actuar, de arremeter, de reaccionar con violencia. Puede parecer peligroso sentir nuestra ira. Algunas personas la evitan a toda costa, tragándose sus emociones, conteniéndose y pegando un rostro pacífico sobre la rabia burbujeante en el interior.
Reaccionar con ira es, por supuesto, peligroso, pero también lo es tragarla. Muchos de nosotros pensamos en la ira como algo tóxico, una emoción venenosa que nos enferma. Es comprensible que estar rodeado de personas que expresan mucho enojo con violencia también puede resultar tóxico: nos estresa. No queremos estar cerca de eso, ni queremos ser eso.
Cada emoción, sin embargo, tiene poder. Cada emoción tiene un significado, y cuando evitamos sentir lo que sentimos, tienden a amortiguarse todas las emociones. Ciertamente es tóxico expresar nuestra ira sin pensar, actuando con crueldad o mezquindad. Pero también es tóxico tragarse esa ira. A veces, la depresión es una manifestación de ira tragada.
¿Qué debemos hacer con nuestra ira?
Primero tenemos que sentirlo. La práctica de la atención plena se trata en gran parte de crear espacios donde podamos sentir con una actitud compasiva. Empezamos a comprender que existe una distancia entre lo que sentimos por dentro y lo que elegimos hacer con esos sentimientos. Cuando no nos permitimos sentir lo que sentimos, o fingimos que lo que sentimos no está sucediendo, es mucho más probable que actuemos sin pensar. Eso, entonces, se vuelve tóxico.
Puede ayudar a cambiar nuestra perspectiva sobre la experiencia de la ira. En lugar de decir "Estoy enojado", lo que implica que estamos encarnando plenamente el espíritu de la ira, podemos decir "Estoy sintiendo algo de ira en este momento". Eso nos ayuda a reconocer la ira como una de las muchas cosas que podríamos estar experimentando y que es casi seguro que no durará. Nos ayuda a honrar nuestra ira sin convertirnos en ella.
También debemos aprender a honrar el poder de nuestra ira. La ira casi siempre trata de protegernos de otra persona. Surge en situaciones de injusticia, cuando vemos algo que sabemos que no está bien. Cuando lo sentimos por nosotros mismos, podemos descubrir que no se está satisfaciendo una necesidad o que se ha cruzado una frontera. La ira nos ayuda a decirnos dónde está la línea divisoria entre nosotros y los demás. Nos habla de la justicia, nuestra autoestima y nuestra propia vulnerabilidad.
A veces, la ira nos protege de nuestro miedo. Nos da el valor para defendernos y alejar a alguien que no nos trata bien. A veces protege nuestro dolor, ahuyentando a todo aquel que nos ofrece la dulzura para permitir que surja el pozo de la tristeza. La ira es una parte natural del proceso de duelo.
Tomando acción
Cuando surge la ira, está tratando de decirnos algo importante. Debemos tomarlo como una indicación para hacer una pausa, reducir la velocidad y reflexionar sobre lo que nos está sucediendo.
Eso podría parecer tomarse un tiempo para meditar, salir a caminar solo, hablar con un amigo, escribir un diario o cualquier otra forma (¡no violenta!) de procesar los sentimientos.
Por otro lado, podemos encontrar que necesitamos comunicar nuestras necesidades o límites a otra persona, y podemos elegir hacerlo con amabilidad y compasión. Cuando nos comunicamos de esta manera, podemos acercarnos más a la gente y ayudarles a conocernos mejor.
Cuando nos permitimos sentir nuestro enojo y lo tomamos como una oportunidad para desacelerar y sentir en lugar de actuar, nuestro enojo no es tóxico en absoluto, más bien es curativo.
Julie Peters
Fuente: Spirituality & Health
Julie Peters profesora de yoga y copropietaria de Ocean and Crow Yoga studio en Vancouver; Es autora de Secrets of the Eternal Moon Phase Goddesses: Meditations on Desire, Relationships, and the Art of Being Broken (SkyLight Paths 2016) and WANT: 8 Steps to Recovering Desire, Passion, and Pleasure After Sexual Assault (Mango Media 2019). Puedes seguirla en @juliejcp.
