20 octubre 2022

Primun lucrari

La práctica médica, como es sabido, se ha venido basando en el principio Primum non nocere: lo primero es no dañar, no hacer daño. Pero a medida que la medicina ha ido siendo colonizada por otros intereses, como los de las grandes empresas farmacéuticas, el principio Primum non nocere ha cedido terreno a otro principio, implícito y no escrito pero no menos importante: Primum lucrari, lo primero es lucrarse, obtener ganancias económicas. Así, el respeto a la dignidad de las personas se ve eclipsado por la codicia, y la verdadera salud se ve desplazada por otro tipo de “salud”: la de las acciones bursátiles y las cuentas de resultados.

La creciente densidad del calendario vacunal, que cada año incluye más inoculaciones y a edades más tempranas, refleja ese paso del Primum non nocere al Primum lucrari.

Este proceso estaba en marcha desde hace muchos años. Pero se ha acelerado desde 2020. Una especie de golpe de estado cognitivo, a través del despliegue de armas de “gestión de las percepciones” (perception management) como el pánico, la información fuera de contexto y la distorsión del significado de las palabras, ha minado el sentido común y ha erosionado la capacidad crítica de la mayoría de consumidores de medios de comunicación de masas.

Como declaró en el Congreso de los Diputados de España el catedrático y experto en farmacovigilancia Joan-Ramon Laporte (el 7 de febrero de 2022, ante la Comisión de Investigación sobre la Gestión de las Vacunas), “las llamadas vacunas de Pfizer y Moderna no son verdaderas vacunas. Son fármacos basados en una tecnología nunca usada en terapéutica hasta ahora, y menos en campañas masivas. De ahí que la vacunación masiva supuso un gran experimento global sin precedentes”.

Este “experimento global sin precedentes” debería hacer reflexionar a toda persona que conserve un mínimo de capacidad crítica. Más aún cuando en muchos países estas inoculaciones han sido impuestas de modo obligatorio en ciertas profesiones o franjas de edad, y se ha coaccionado, a veces hasta el límite de lo soportable, para que se sometieran a la inoculación la mayoría de las personas de los países industrializados (en muchos países de África y en algunos estados de India, por ejemplo, la “vacunación” ha sido escasa o mínima, con resultados frente a la Covid mucho mejores que los nuestros). Esta obligación o coacción ha coincidido, significativamente, con el 75 aniversario de la proclamación del Código de Nuremberg, que tras los horrores de los campos de concentración establecía que nunca más una persona será obligada a que se inyecte algo en su cuerpo contra su voluntad.

Estas inoculaciones han generado y (lamentablemente, cabe prever) seguirán generando demasiados casos de efectos adversos, no pocos de ellos letales. Pero ello se cubre con espesas capas de opacidad. El modo como se ha afrontado la Covid (imponiendo deshumanizadoras medidas restrictivas sin ninguna base científica y poniendo trabas o prohibiciones al uso de medicamentos baratos para que las inoculaciones experimentales no tuvieran rival) ha representado un durísimo golpe para la salud física, para la salud mental y para la salud social. Una densa maraña de intereses creados se ha beneficiado de ello: cuanto más se pueda sacar a la luz lo que ha ocurrido (como intentan, entre muchos otros, los abogados alemanes Reiner Füllmich y Viviane Fischer), en mejores condiciones estaremos de evitar que vuelva a ocurrir algo semejante.

Es evidente que el Primum lucrari ha guiado la producción de las inyecciones experimentales de Pfizer y Moderna. Lo saben sus accionistas y lo sabe quienquiera que se moleste en examinar la falta de rigor de los ensayos clínicos, la ocultación de muchos de sus efectos adversos, la opacidad de los contratos con que se comercializaron y las cifras astronómicas de ganancias obtenidas. Ahora cabe aún preguntarse si la única motivación perversa era la codicia, el Primum lucrari. ¿Acaso en el desarrollo de estas inyecciones experimentales había también alguna voluntad de deteriorar la longevidad y fertilidad de las personas? ¿Hemos pasado del Primum non nocere al Primum nocere?

Jordi Pigem

Jordi Pigem es autor de los libros Pandemia y posverdadInteligencia Vital, Ángeles o robots,
entre otros; también es coautor de Espiritualidad y política.

Fuente: Primun Lucrari


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