La gran finalidad de la vida no es el conocimiento, sino
la acción.
Thomas Henry Huxley
Me hablaban de él desde hacía meses. Decían que era joven, sano, rico, feliz y próspero. Quise convencerme por mí
mismo. Le observé atentamente mientras salía de los estudios
de la televisión y le seguí luego durante varias semanas, para
observarle mientras impartía consejos a todo el mundo, desde el presidente de un país hasta un paciente víctima de una
fobia. Le vi discutir con especialistas en dietética y ejecutivos
del ferrocarril, y trabajar con atletas y con niños afectados
por el fracaso escolar. Parecía increíblemente feliz con su
mujer y enamorado de ella mientras ambos viajaban por todo
el país y luego emprendían la vuelta al mundo. Y cuando regresaron, tomaron el avión a San Diego para pasar unos días
con la familia en su casa, una mansión sita en las playas del
océano Pacífico.
¿Cómo era posible que aquel muchacho de poco más de
veinticinco años, sin más estudios que un bachillerato, hubiera conseguido tantas cosas en tan poco tiempo? Al fin y al cabo, era el mismo individuo que sólo tres años atrás vivía
en un piso de soltero de unos cuarenta metros cuadrados, y
se lavaba él mismo los platos en la bañera. ¿Cómo un desgraciado con quince kilos de sobrepeso, escasas relaciones y
perspectivas muy limitadas podía convertirse en una persona
equilibrada, llena de salud y bien relacionada, miembro influyente de su comunidad y pletórico de oportunidades de
éxito?
Parecía increíble, ¡y lo más asombroso de todo es que ese
individuo soy yo mismo! «Su» historia es la mía.
Desde luego, no estoy diciendo que el éxito sea lo único
que me importa. Es evidente que todos albergamos sueños e
ideas diferentes acerca de lo que nos gustaría hacer de nuestras vidas. Además, tengo perfectamente claro que las personas a quienes uno conoce, los lugares que uno frecuenta y las
propiedades que uno posee no dan la verdadera medida del
éxito personal. Para mí, el éxito está en la continuidad del esfuerzo de quien aspira a más. Es la oportunidad de progresar
incesantemente en los aspectos emocional, social, espiritual,
psicológico, intelectual y económico, al tiempo que uno
aporta algo a los demás en alguna faceta positiva. El camino
hacia el éxito está siempre en construcción. Es un proceso
permanente y no una meta que se deba alcanzar.
La moraleja de mi historia es sencilla. Mediante la aplicación de los principios que leerá usted en este libro pude cambiar no sólo el concepto que tenía de mí mismo sino también
los resultados obtenidos en la vida, y ello de manera considerable y comprobable. El propósito de este libro es participarle a usted el quid de la diferencia que me permitió cambiar
mi suerte a mejor. Y espero sinceramente que las técnicas, las
estrategias, las aptitudes y las técnicas psicológicas que desarrollo en esta obra resulten tan eficaces para usted como lo
han sido para mí. En nosotros mismos está el poder para
transformar nuestras vidas en la realización de nuestros mayores sueños: ¡ha llegado el momento de desencadenarlo!
Cuando contemplo con qué ritmo he logrado convertir
mis sueños en mi realidad actual, no puedo evitar una sensación de inaudita emoción y gratitud. Y desde luego, estoy muy lejos de constituir un caso único. La realidad es que vivimos una era en que muchas personas consiguen realizar
cosas estupendas casi de la noche a la mañana, y alcanzar éxitos inimaginables en épocas anteriores. Consideremos a Steve Jobs: un chico en pantalones vaqueros y sin un céntimo,
que tuvo la idea del ordenador doméstico y levantó una
compañía, hoy situada entre las 500 principales de la revista
Fortune, con una celeridad nunca vista. Consideremos a Ted
Turner: de un medio de comunicación que apenas existía, la
televisión por cable, hizo un imperio. Consideremos a personajes de la industria del espectáculo como Steven Spielberg
o Bruce Springsteen, a hombres de negocios como Lee Iacocca o Ross Perot. ¿Qué tienen en común todos ellos, salvo
un éxito asombroso y prodigioso? La respuesta, naturalmente, es ésta: poder.
La palabra «poder» es de las que suscitan emociones
fuertes, y muy diversas por cierto. Para unos tiene una connotación negativa; otros no anhelan sino el poder. Algunos
consideran que les mancharía, como cosa venal y sospechosa.
Y usted, ¿cuánto poder desearía tener? ¿Qué medida de poder le parecería justo alcanzar o desarrollar? ¿Qué significa el
poder para usted, en realidad?
Yo no veo el poder como una manera de adueñarse de las
personas. No creo que la imposición sea buena, ni le propongo a usted que lo intente. El poder de esa especie rara vez
es duradero. Le aconsejo que entienda, sin embargo, que el
poder es una constante de este mundo. O da usted forma a
sus propias percepciones, o se encargarán de ello otras personas. Para mí el poder definitivo consiste en ser capaz de
crear los resultados que uno más desea, generando al mismo
tiempo valores que interesen a otros. Es la capacidad para
cambiar la propia vida, dar forma a las propias percepciones
y conseguir que las cosas funcionen a favor y no en contra de
uno mismo. El poder verdadero se comparte, no se impone.
Es la aptitud para definir las necesidades humanas y para
satisfacerlas (tanto las propias como las de las personas que a
uno le importan). Es el don de gobernar el propio reino individual (los procesos del propio pensamiento y los actos de la propia conducta) hasta obtener exactamente los resultados
que uno desea.
A través de la historia, la capacidad de controlar nuestras
vidas ha asumido muchas formas diferentes y contradictorias. En las épocas más primitivas, el poder era una simple
consecuencia de la fisiología: el más fuerte y el más rápido
tenía el poder para controlar su propia existencia, así como la
de otros. A medida que se desarrolló la civilización, el poder
se hizo hereditario. El rey, rodeado de los símbolos de su
realeza, mandaba con autoridad indiscutible; otros, poniéndose a su servicio, podían participar de ese poder. Luego, en
los primeros tiempos de la Era Industrial, el poder iba asociado con el capital; los que tenían acceso al capital dominaban el proceso industrial. Todas esas cosas conservan todavía
cierta importancia: es mejor tener capital que no tenerlo; vale
más tener fuerza física que no tenerla. Sin embargo, hoy día
una de las fuentes más importantes de poder es la que deriva
del saber especializado.
Muchos de nosotros nos hemos enterado ya de que vivimos en la era de la información. Ya no estamos en una cultura primordialmente industrial, sino en la de las comunicaciones. En la época actual, las nuevas ideas, los movimientos y
los conceptos nuevos cambian el mundo casi a diario, bien
sean tan profundos como la física cuántica o tan vulgares
como la mejor manera de comercializar una hamburguesa. Si
hay una característica que sirva para definir el mundo moderno, ésa es el flujo masivo, casi inimaginable, de la información... y, por consiguiente, del cambio. La información
nueva cae sobre nosotros a través de libros, películas, altavoces y microprocesadores electrónicos, como un ciclón de datos que pueden verse, tocarse y oírse. En esta sociedad, los
que poseen la información y los medios para comunicarla
tienen lo que solían tener los reyes: un poder ilimitado.
Como ha escrito John Kenneth Galbraith:
El dinero fue el
motor de la sociedad industrial. Pero en la sociedad de la información, el propulsor, el poder, es el conocimiento. Hemos visto emerger una nueva estructura de clases en donde la
división se establece entre quienes tienen la información y potencia, excepto cuando recae en manos de quien sabe
como conducirse a sí mismo para actuar con eficacia. O mejor dicho, la definición literal de poder es ésta: capacidad
para actuar.
Lo que hacemos en la vida está determinado por la manera en que nos comunicamos con nosotros mismos. En el mundo moderno, la calidad de vida es calidad de la comunicación. Lo que nos representamos y decimos a nosotros mismos, nuestra manera de movernos y de utilizar los músculos de nuestro cuerpo y nuestras expresiones faciales, determinará en buena medida la cantidad de nuestros conocimientos que apliquemos.
Muchas veces caemos en la trampa mental de contemplar a los que tienen éxito y figurarnos que son así gracias a algún don especial. Sin embargo, un examen más detenido nos demostraría que el don principal que tienen quienes destacan sobre los demás —y lo que les diferencia de éstos— es su aptitud para ponerse en acción. Pero ese «don» puede desarrollarlo cualquiera de nosotros. En fin de cuentas, otras personas poseían los mismos conocimientos que Steve Jobs; otros, además de Ted Turner, habían previsto también que el cable encerraba unas posibilidades enormes. Pero Turner y Jobs supieron lanzarse a la acción, y al hacerlo cambiaron nuestra manera de percibir el mundo.
Todos nosotros producimos dos formas de comunicación que configuran nuestras experiencias vitales. En primer lugar, desarrollamos una comunicación interna, constituida por las cosas que nos representamos, decimos y sentimos en nuestro fuero interno. En segundo lugar, experimentamos la comunicación externa: con el mundo exterior nos comunicamos por medio de palabras, entonaciones, expresiones faciales, posturas corporales y acciones físicas. Cualquier comunicación de las que realizamos es una acción, una causa puesta en movimiento. Y todas las comunicaciones ejercen algún tipo de efecto sobre nosotros mismos y sobre los demás.
La comunicación es poder. Quienes han alcanzado su dominio están en condiciones de modificar su propia experiencia del mundo y la experiencia que el mundo
saca de ellos. La totalidad de la conducta y de los sentimientos tiene sus raíces en alguna forma de comunicación. Quienes influyen en los pensamientos, sentimientos y acciones de
la mayoría de nosotros son aquellos que saben cómo utilizar
esa herramienta de poder. Pensemos en las personas que han
cambiado nuestro mundo: John F. Kennedy, Thomas Jefferson, Martin Luther King, Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill, Mahatma Gandhi; o, en una tesitura negativa, recordemos a Hitler. Lo que tuvieron en común esos
hombres fue su maestría de la comunicación. Fueron capaces de llevar su visión personal, bien se tratase de enviar un
hombre a la Luna o de levantar un Tercer Reich saturado
de odio, y comunicarla a los demás con tal coherencia, que
les permitió influir sobre los pensamientos y las acciones
de las masas. Con su poder de comunicación cambiaron el
mundo.
Y en efecto, ¿no es esto mismo lo que distingue de los demás a un Steven Spielberg, a un Bruce Springsteen, a un Lee
Iacocca, a una Jane Fonda o a un Ronald Reagan? ¿No son
maestros en el empleo de la herramienta de la comunicación
humana, la influencia? Pues lo mismo que esas personas saben mover a las masas por medio de la comunicación, esa herramienta es la que utilizamos también para movernos a nosotros mismos.
El dominio que usted tenga de la comunicación hacia el
mundo externo determinará su grado de éxito con los demás
(en los aspectos personal, emocional, social y económico).
Pero, lo que es más importante, el grado de éxito que usted
perciba interiormente (la felicidad, la alegría, el éxtasis, el
amor o cualquier otra cosa que usted desee) es el resultado
directo de cómo se comunica usted consigo mismo. Lo que
uno percibe no es el resultado de lo que le ocurre en la vida,
sino de la interpretación que da a lo que le ocurre. La historia
personal de quienes triunfan nos demuestra, una y otra vez,
que la calidad de la vida no está determinada por lo que nos
ocurre, sino por lo que hacemos ante lo que nos ocurre.
Usted es la única persona que puede decidir cómo quiere sentir y actuar, en función de cómo haya elegido percibir su
existencia. Nada tiene sentido, excepto el que nosotros mismos le demos. En muchos de nosotros, este proceso de interpretación se ha convertido en un automatismo, pero siempre
es posible redirigir ese poder y cambiar inmediatamente
nuestra experiencia del mundo.
Este libro tratará de los tipos de acción masiva, enfocada
y congruente que producen resultados incontrovertibles. En
realidad, si se me obligase a explicar en dos palabras qué pretendo con este libro, contestaría: ¡Producir resultados! Piénselo. ¿No es lo que le interesa en realidad? Quizá quiera usted cambiar su modo de pensar y sentir acerca de sí mismo y
del mundo que le rodea. Tal vez le gustaría poder comunicarse mejor, profundizar sus relaciones amorosas, aprender
con más facilidad, mejorar su estado de salud y ganar más dinero. Todo eso y mucho más puede crearlo usted mismo,
mediante la aplicación eficaz de las informaciones contenidas
en este libro. Pero, antes de alcanzar nuevos resultados, debe
darse cuenta de que ahora mismo ya los está obteniendo.
Aunque a lo peor no son los que usted desea. Muchos creen
que nuestros estados mentales, como la mayor parte de lo
que ocurre en el interior de nuestra mente, se hallan fuera de
nuestro dominio. Pero lo cierto es que uno puede dominar la
propia actividad mental y la propia conducta hasta tal punto
que nunca hubiera creído posible. Cuando está usted deprimido, lo que crea y produce son síntomas de lo que usted
mismo llama depresión y cuando se halla en éxtasis es también usted mismo quien ha creado tal estado.
Es importante recordar que los estados emocionales,
como la depresión, no son cosas que le ocurran a uno porque
sí. Uno no «cae» en una depresión, sino que la crea, lo mismo
que cualquier otro «resultado» de la vida, mediante unas acciones mentales y psíquicas determinadas. El que se siente
deprimido está contemplando su vida de una manera particular, y se dice ciertas cosas a sí mismo con una cierta entonación precisa, y adopta una postura específica y un ritmo de
respiración típico. Cuando uno quiere sentirse deprimido,
por ejemplo, suele ser útil dejar caer los hombros y mirar con frecuencia al suelo. Hablar con un tono de voz tristón e imaginar que le ocurren a uno las peores situaciones posibles
también contribuye mucho. Y si estropea usted la bioquímica de su organismo por medio de una dieta incorrecta, o abusando del alcohol u otras drogas, ayuda a su cuerpo a reducir
el nivel de azúcar en la sangre y la depresión está prácticamente garantizada.
Lo que pretendo demostrar con ello es, sencillamente,
que se necesita un esfuerzo para crear una depresión. Es una
actividad laboriosa y que exige ciertos tipos de acciones específicas. Sin embargo, algunas personas han creado ese estado tan a menudo que les resulta sumamente fácil producirlo.
En realidad, con frecuencia aciertan a vincular este modelo
de comunicación interna con los acontecimientos externos
de cualquier signo. Y en algunos casos obtienen de ello
muchos beneficios de orden complementario —como atención por parte de los demás, compasión, cariño, etcétera—,
de manera que adoptan dicho estilo de comunicación como
su modo de vida natural. Quienes llevan mucho tiempo viviendo así acaban por encontrarlo cómodo; se identifican con
ese estado. Sin embargo, uno puede todavía cambiar sus acciones mentales y físicas y, por tanto, modificar inmediatamente sus emociones y su comportamiento.
Se puede entrar en éxtasis adoptando directamente el
punto de vista que produce dicha emoción. Traiga usted a su
mente la clase de cosas que podrían crearla. Cambie el tono y
el contenido de su diálogo consigo mismo. Adopte las posturas específicas y los ritmos de respiración que crean tal estado en su organismo, y voila! Ya está usted experimentando
el éxtasis. Si desea ser compasivo, cambie sus acciones físicas
y mentales para que correspondan a las que exige esa disposición de ánimo llamada compasión. Lo mismo ocurre con el
amor o cualesquiera otras emociones.
Podemos imaginar el proceso de la creación de estados
emocionales como algo parecido al trabajo de un realizador
cinematográfico. Para obtener los resultados exactos que se
ha propuesto, el director de una película manipula lo que
siente, ve y oye. Si le quiere asustar, aumentará el volumen de la banda sonora y presentará en la pantalla, exactamente en
el momento oportuno, algún efecto especial. Si quiere hacer
que se sienta usted exaltado, arreglará la música, la iluminación y todo lo que haya de aparecer en pantalla para conseguir tal efecto. De un mismo argumento, un realizador puede sacar una comedia o una tragedia, según lo que decida
llevar a la pantalla. Usted puede hacer lo mismo con la pantalla de su mente. Puede dirigir su actividad mental, que es el
fundamento de toda acción física, con la misma habilidad
y eficacia. Puede aumentar la iluminación y el volumen de
los mensajes positivos de su cerebro, y quitar luz y sonido a
los negativos. Puede dirigir su cerebro con la misma maestría con que Steven Spielberg o Martin Scorsese dirigen su
plato.
Algunas de las cosas que voy a decir le parecerán difíciles
de creer. Usted seguramente no creerá que basta mirar a una
persona para saber lo que está pensando, o que usted mismo
es capaz de movilizar sus recursos internos más poderosos
mediante un simple acto de la voluntad. Pero si hace cien
años hubiera sugerido que los hombres pisarían la Luna, se le
habría juzgado chiflado y lunático (¿de dónde diría que procede esa palabra?). Si hubiera dicho que se podría viajar de
Nueva York a Los Ángeles en cinco horas, le habrían llamado soñador absurdo. Para hacer posibles esas cosas sólo faltaba el dominio de ciertas técnicas especiales y de las leyes de
la aerodinámica. Más aún, en la actualidad una empresa aeroespacial está estudiando un vehículo que, según dicen, trasladará a los viajeros de Nueva York a California en doce minutos. De una manera comparable, en este libro estudiará
usted las «leyes» de las Técnicas del Rendimiento Óptimo
(Optimum Performance Technologies®) y con ellas tendrá
acceso a recursos que nunca había creído posible poseer.
Tony Robbins
Tomado del libro PODER SIN LÍMITES
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